10. Silencio
El hombre coge las tenazas, se limpia la frente,
se aparta los mechones de pelo. Ya han pasado 4 horas desde que empezó “la
obra”. El foco oscilante en el aire, suspendido gracias a una cuerda del techo,
muestra signos de querer apagarse, pero el hombre no se inmuta. Su vista se ha
acostumbrado a ese ambiente. Oscuridad y silencio. Nada se oye salvo los
latidos, cada vez más frenéticos, de su corazón. Suenan tanto que piensa que se
han trasladado directamente a sus oídos. Sería una patología interesante de
tratar, piensa.
Repasa las últimas tuercas de los tobillos, los
hace flexionar. Todo en su sitio. Ya está completa. Sólo queda el punto final.
Se levanta del oxidado taburete, sigue sin oírse
un solo ruido. Él sólo oye sus latidos, la única prueba de que está vivo; no
necesita nada más. Y pronto no serán los únicos en la habitación.
Agarra uno de los minúsculos botes que llenan la
vitrina. 4.8.L., pone en la etiqueta.
Desgraciadamente está vacío. Mierda - eso no se lo esperaba. Odiaba los cambios
de planes. Volvió a dejar el bote en su sitio y cogió uno del estante superior.
15.16.O. Sacó el tapón y vio una
pequeña concentración de polvo blanco en el interior. Bingo. Me he salvado por
esta vez, piensa aliviado. El siguiente bote no hubiera sido prudente. Había
que guardarlo para una posible emergencia.
Preparado Viktor. Es ahora o nunca.
Se acerca el bote a la boca y lo sacude en su
interior. Se traga toda la sustancia. No necesita un líquido para acompañar.
Eso hubiera sido estúpido.
Viktor siente cómo todo su interior vibra, cómo por
cada poro de su piel fluye una misteriosa energía de a saber dónde. No se
altera ni asusta. Así es cómo funciona, se dice.
Finalmente, vuelve al taburete, se sienta con sumo
cuidado, y se concentra.
-No me falles –le habla al vacío.
En ese preciso instante se oye un fuerte trueno.
Viktor no pudo saber si lo precedió un rayo, puesto que su habitación (o más
bien su sótano) no goza de ventanas. Tras el estruendo, el silencio vuelve a
hacerse presente.
O tal vez no.
Viktor ya no oye sus latidos. Oye unos latidos que
no son los suyos.
Sí, por fin, ella “ha nacido”. Su creación, en
forma de marioneta, abre los ojos. Lentamente desliza los brazos y aferra las
manos a los bordes de la mesa. El hombre se inclina.
-Bienvenida, Bebedora.
La niña peliazul le mira. Sus ojos no tienen
pupila, pero él sabe que le está mirando. Él lo sabe todo sobre ella. Él es su creador.
La luz se duerme y la oscuridad se despierta.
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