11. Hospital
-¿¡Dónde
está Christine!?
-¡Doctor,
doctor! ¡Espere!
Viktor
avanzaba a grandes zancadas por los pasillos, abriendo indiscriminadamente las
puertas de los quirófanos; algunos de ellos llevando a cabo operaciones
delicadas.
-¡Necesito
verla! ¡¡Ahora!!
El médico
no atendía a razones, y no iba a parar hasta dar con ella. La pobre enfermera
le seguía desesperada, intentando pararle.
-¡Doctor,
por favor! ¡Deje de armar escándalo! ¡La señorita Christine no está en el
hospital!
Entonces,
Viktor se paró en seco, y cogió a la enfermera por los hombros.
-¿¡Cómo
que no está!? ¡Me dijo que hoy tenía una operación muy importante!
-C-creo
que se refiere al niño que despertó del coma hace unos días… pero… ha muerto
esta mañana.
Viktor se
quedó mudo. ¡Imposible! El primer paciente muerto de Christine. No podía
creerlo.
-Mierda,
he llegado muy tarde. Seguro que ya ha abandonado el país.
-¿¡C-cómo!?
Viktor dio
rápidamente la vuelta dejando a la enfermera totalmente desconcertada y se
dirigió a su laboratorio. Ya no le daba tiempo de detener a Christine. Deseó
que se hubiera acordado de él antes de marcharse.
Al entrar
en su laboratorio, se dio cuenta de que ella había estado allí. Pese a que todo
estaba como él lo había dejado –es decir, hecho un desastre-, Viktor siempre
notaba algo diferente cuando alguien había entrado, y Christine siempre dejaba
un aura especial. Revisó los microscopios, todo estaba igual, con las mismas
placas y las libretas con las mismas notas. Pero faltaba una, la más importante
y a la vez más indescifrable, la que contenía notas ininteligibles ya no sólo
por la deficiente caligrafía del hombre, sino por el sentido de las mismas.
Rápidamente abrió los cajones y en uno de ellos la encontró. Estaba
delicadamente puesta encima de un montón de papeles arrugados. Sin duda,
Christine no le había fallado. Abrió la primera página de la libreta, que
siempre había estado en blanco, y que ahora contenía lo siguiente:
Ésta es la última “bronca” que te dejo. Espero que
no malgastes la poca cordura que te queda. Siento no haberme quedado para verla
–anticipo que salió bien.
Donde siempre, V.
Viktor
leyó la despedida con algo de tristeza. Esta vez había sido la definitiva. Iba
a echar de menos a Christine, nunca encontraría a alguien tan excepcional como
ella. Pero la vida seguía.
Dejó la
libreta de nuevo en el cajón y se dirigió a una de las vitrinas con miles de
frascos de diversos tamaños. Detrás de la primera hilera del último estante
encontró el que buscaba.
Gracias, Chris.
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