14. Cacahuetes
Korea, muchos años atrás.
Patio de
un parvulario. Hora libre de juegos.
-¡No! Es mío,
aquí van mis castillos –decía una niña frunciendo el ceño y recogiendo sus
palas y cubos del resto-. ¡Fuera! Sólo Oksun y yo.
Los demás
niños la miraron y se alejaron ofendidos.
-Yo quería
jugar con ellos… -murmuró la otra niña, que se mantenía de pie.
-No
quiero. Ayer me rompieron un castillo. Tú fuiste la única que me ayudó, Oksun.
-Jo… pero
así es aburrido.
Oksun
miraba alrededor del patio mientras la otra niña montaba arena mojada en
montañitas. Se fijó en el banco de la esquina a la derecha, estaba el niño de
siempre, solo, mirando el suelo.
-¿Podemos
invitarle? –preguntó Oksun señalándole.
-¿A
Shunmei? ¿Estás loca? Es un alien.
-¿Un qué?
-¡Un
alien! Un extraterrestre. Me han dicho que viene de otro planeta, por eso tiene
las orejas de punta. Con ellas llama a sus papis extraterrestres
telesquinéticamente.
Oksun se
quedó mirando al pobre niño. Le daba pena que siempre estuviera solo. A ella le
parecía un niño especial y quería ser su amiga. Ignorando las advertencias de
su compañera, se dirigió a él.
-¡Dónde
vas! ¡No!
Oksun se
plantó justo delante del niño.
-Hola.
El niño no
levantó la vista del suelo. Tenía una pequeña bolsa en las manos. Oksun se puso
de cuclillas. Entonces le pudo ver bien.
-¿Shunmei?
Soy Oksun.
Shunmei la
conocía, de hecho vivía cerca de su casa.
-¿Qué es eso?
–preguntó ella señalando la bolsa que apretaba.
Shunmei la
miró y rápidamente escondió la bolsa detrás de él.
-…cacahuetes.
-Ah… ¿eso
es lo que comen los aliens? ¡Yo quiero ser un alien! Y tener poderes
teleñéticos.
Shunmei no
entendía nada de lo que le estaba diciendo. Pero sí que entendió “alien”. Sus
mejillas se pusieron rojas y escondió la cara entre las piernas.
-Déjame.
-¿Entonces
eres un alien? ¡Quiero verte las orejitas!
Oksun le
apartó el pelo negro y descubrió unas orejitas blancas acabadas levemente en
punta.
-¡Wala!
¡Qué chulis!
Shunmei se
las tapó con las manos, muerto de pánico.
-¡No! ¡No
las mires! ¡Son feas!
-¿Por qué?
¡A mí me gustan!
Shunmei no
podía creer lo que esa niña le estaba diciendo. Le gustaban sus orejas. Sus
orejas, las que tanto odiaba, y las que le habían aislado del resto de niños.
-A mí me
gustan tus orejas –repitió Oksun-. ¿Puedo ser tu amiga?
Esa niña
estaba loca.
-¿…Por…
qué? –murmuró Shunmei, apartando las manos de las orejas lentamente.
-A mí me
gustas con tus orejas. Sin esas orejas no eres Shun.
“Shun”.
Era la primera vez que alguien le llamaba así. De hecho, era la primera vez que
alguien del colegio le hablaba sin echar a correr.
El niño
recogió la bolsa de cacahuetes del banco y se la tendió a Oksun. Ella cogió uno
y se sentó en el banco, a su lado.
-¿Con esto
me saldrán orejitas?
Shunmei la
miró, pero no respondió. Los dos empezaron a comer cacahuetes, sin necesidad de
decir nada más.
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