4. Cenicero
Ludwig se había visto obligado a ponerse el único
esmoquin que tenía – que pese a lo mucho que le gustaba vestirse de etiqueta,
la americana no era una de sus pasiones, con la camisa y la corbata le sobraba.
Sin embargo, había sido una orden explícita del mismísimo rector de la
universidad. El día anterior se había graduado con un excelente expediente,
nunca visto en años, y el señor rector –“el viejo vendido” según Ludwig- le
había llamado a su despacho inmediatamente, que necesitaba hablar de un asunto
muy importante. Resulta que una empresa muy influyente en los últimos meses
había contactado con la universidad al conocer los buenos resultados académicos
del joven. Mostraban un increíble interés por tener una cita con él.
Y allí se encontraba Ludwig, en el pasillo de
aquel asunto.
¿Cuánto rato piensan tenerme aquí? Debería haberme negado viendo el panorama. Ya
me conozco estos sitios.
Sonó el teléfono y la recepcionista descolgó.
Murmuró unas palabras y se dirigió a Ludwig.
-¿Señor von Öde? Me comunican que ya puede pasar.
La chica, exageradamente maquillada y con un
escote tan abismal como las cataratas del Niágara, le dirigió una sonrisa
demasiado forzada.
Vaya, arpías en celo de primer plato. Espero que dentro vayan bien
servidos.
Ludwig anduvo hasta la puerta y picó dos veces
antes de abrir. Dentro se encontraba un hombre de unos cuarenta años, rubio
repeinado, bastante de buen ver pero con una expresión de superioridad
vomitiva. Estaba fumando, dando vueltas por el despacho.
-Hombre, ya era hora, señor von Öde.
Eso digo yo, luces.
-Siéntese, por favor. ¿Un cigarrillo? –le acercó
el cenicero del escritorio.
-No gracias, no fumo.
-Uhm, un buen abogado debe ser capaz de apreciar
una buena calada. Si no, ¿qué iba a hacer en su despacho?
Ludwig no sabía si contestarle que se metiera los
cigarrillos por un lugar muy placentero o salir de allí pitando. Pensó una
opción menos drástica pero efectiva.
-Lo que es verdaderamente esencial en un abogado,
me atrevería a decir. Apoyar a su cliente y buscar al culpable, ¿tal vez? –no
pudo reprimir la ironía.
El hombre se detuvo de golpe y le miró con cara de
pocos amigos. Se sentó en su silla de piel y le acercó unos papeles del
escritorio.
-Mire, no me voy a andar con rodeos. Está aquí
porque estamos al tanto de su… su magnífico expediente, y formar parte de
nuestra empresa le ayudaría muchísimo en su formación profesional. Llevamos
varios años en el ámbito de la justicia y hemos ayudado a muchas personas.
Creo que no tienes muy claro quién ayuda a quién aquí.
-Entiendo. Yo tampoco me ando con rodeos. Sé
perfectamente que me quieren para utilizarme, cobrar una mierda y luego echarme
a la calle. Seré novato pero no soy idiota. Y si se llevan tan bien con el
rector no tengo nada más que añadir. -Y dicho eso se levantó de la silla y se
fue.
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